Si eres de los que han tenido la madurez y disciplina necesarias para construir una base de ahorro en forma sostenida a lo largo de los años y quieres pasar del ahorro a la inversión, este artículo definitivamente es para ti.
Éstas son las 3 ideas clave para convertirnos en inversionistas inteligentes:
La Primera
Es peligroso acelerar indebidamente el proceso de toma de decisiones. El objetivo es tomar una buena decisión, no tomarla con rapidez.
El ser humano es impaciente por naturaleza. Una vez que la idea de hacer crecer los ahorros se instala en nuestras cabezas, la semilla (el dinero) empieza a quemarnos en las manos, y comenzamos a buscar desesperadamente dónde plantarla. El problema es que no todas las macetas (productos) nos van a dar el tipo de planta que necesitamos. Con frecuencia, las prisas nos llevan a elegir una maceta errónea, y obtenemos cardos borriqueros en lugar de las lechugas que esperábamos recolectar.
En general, cuando alguien pregunta “por dónde empiezo”, lo que realmente quiere oír es “pues mira, en este momento lo mejor es invertir en…”. De este modo, el proceso de toma de decisiones queda reducido a la decisión final. Es un enfoque muy habitual… y muy peligroso. Antes de elegir el producto de inversión más conveniente es necesario tener muy claras una serie de cuestiones acerca de nuestras preferencias, necesidades y capacidad financiera. No existen las recetas universales: lo que puede ser una buena inversión para el vecino, tal vez sea una pésima elección para ti.
La Segunda
Mantener las deudas bajo control.
No es necesario que te deshagas de todas tus deudas antes de plantearte una inversión, pero sí de algunas. Ya es clásica la distinción entre “deudas buenas” y “deudas malas” . Si tienes una hipoteca sobre tu primera vivienda, y los ingresos familiares son suficientes para afrontar sin problemas las cuotas mensuales y los gastos cotidianos, no hay ningún problema: puedes empezar a invertir con sensatez una parte de tu capital.
Por el contrario, si aún no has terminado de pagar el préstamo personal que pediste para cambiar el coche, o las deudas en tarjetas de crédito aumentan sin cesar como si hubieran adquirido vida propia… aún no te ha llegado el momento de dar el salto. Necesitas tener un patrimonio neto positivo (más bienes que deudas) antes de arriesgar una parte de tus ingresos, lo que nos lleva a la tercera idea clave de hoy.
La Tercera
Recordar que el riesgo es el más fiel compañero de viaje de cualquier inversor.
Este debería ser el mantra de todos nuestros lectores-inversores: “No existe inversión sin riesgo… om… no existe inversión sin riesgo… om”. Repetirlo de vez en cuando es extremadamente saludable para elegir bien las inversiones que realizamos.
En el mundo de las inversiones, el riesgo es la posibilidad de obtener rendimientos menores de lo esperado, o incluso de perder parte del capital invertido.
Aunque es cierto que no todos los instrumentos financieros tienen el mismo nivel de riesgo, esta posibilidad de conseguir al final menos dinero de lo esperado (o incluso menos de lo que teníamos al principio) es una de las características básicas que distingue los productos clásicos de ahorro de los productos de inversión.
Ahorrar es poco emocionante, pero muy seguro: el dinero no crece, pero tampoco desaparece (bueno, ya hablaremos más adelante de la inflación). Invertir es mucho más excitante y prometedor: ¡El dinero hace más dinero! A cambio de la expectativa de obtener mayores rendimientos… tenemos que asumir la posibilidad de que parte de nuestro capital “se pierda” por el camino. Por eso el título de este artículo habla de “pasar del ahorro a la inversión”. No se trata sólo de elegir unos productos en lugar de otros: tenemos que realizar un ajuste mental que nos prepare para la posibilidad de sufrir pérdidas de vez en cuando… siempre y cuando estemos seguros de que financieramente nos lo podemos permitir.
Esta idea clave nos lleva a una recomendación práctica extremadamente importante: ¡Nunca inviertas el dinero que vas a necesitar para gastos básicos o pagos cercanos! Es una cuestión de sentido común: si existe riesgo de perder parte del capital invertido, no es buena idea colocar el dinero que vamos a necesitar en el corto plazo en productos con riesgo.